VOLVER A CREER
Cuando mis
zapatos huérfanos de andar
lagrimeaban de
amarga tristeza
una piedra con
el corazón en punta
me rasgó la
curtida y doliente piel
en que la vida
me arrastraba por el piso.
Temblorosamente
me desangré en el dolor
arrastrando conmigo
los hilos difusos
de lo
estepario y luctuoso de mis vísceras
para
descoordinar una mueca risueña
en mis
moribundos y partidos labios
en que se
habitaba la soledad desencantada
tan
pronunciada en mi desértica sed.
Mis cenizas se
redescubrieron en lumbre
esfumando el
purgatorio maldecido
de demonios
enraizados de púas frías
para arder
desde el crepitar de la sangre
que anuncia lo
sagrado, lo fresco y lo puro
en que un río
orillado de savia de uvas
se desliza en
la casa de mis entrañas,
donde el
milagro de aquella piedra
que rasgó la
vestidura de mis cicatrices
en que
caminaban mis zapatos huérfanos,
me puso de
bruces en el frontal de mis ojos
aquella mirada
de luciérnaga voraz,
para descubrir
en la descreía ausencia
deportadora de
todos mis sentidos voraces
el espíritu con
que se abre el pecho en dos
donde se
recibe la adoración del hambre
del que se
alimenta el hueso, la carne, la piel
la mente, la
sangre, el corazón y el alma,
esa adoración
hambrienta y ávida
que me
desangra y me parte el pecho en dos
esa, en que me
redescubro desde el amor.
pintura Antonio Correa
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