CONFESIONES
DESDE DETRÁS DE UN VIEJO VENTANAL
A veces
mirábamos sin mirar
mirándonos a
nosotros mismos,
descifrando
las fingidas alegrías
de aquellos
que discurrían el camino.
A veces nos
hablaba el mundo mismo
ese mundo tan
lleno y tan vacío
a nuestra sola soledad de estar vivos
intentando
absorbernos en su delirio
de aquellos
que marchaban sin destino.
Muchas otras,
cerrábamos los ojos
tras la húmeda
frialdad de la neblina
en que
golpeaba marchita la esperanza
de aquellos
que abrigaban sus miserias.
En ocasiones,
los rostros de las noches
nos deslizaban
a las tertulias
de aquellas
ojeras que nos traerían
los amaneceres
de lo intempestivo,
de lo
condenado y del juego lírico.
Otras veces,
el reflejo nos devolvía
de nuestros
ojos su marcados espejos
para herirnos filoso
en el silencio
al exhibirnos
desde la imagen
que nos teñía
desde el invento.
Otras cuántas,
traspasábamos los abismos
desvelándonos
marginados de sueños
creyendo
conquistar los horizontes
de aquellos
pasos confesos de deseos.
Otras veces
nos arropábamos de luz
al
descalzarnos desnudos de laberintos
para caminar
desde las cornisas
en el
equilibrio mundano del desvarío
donde
colonizábamos las fronteras
en que los
amantes juegan a ser niños.
Al final,
mirábamos sin mirar
mirándonos a
nosotros mismos,
para hallarnos
sin piedad
despojados del
manifiesto que nos revela
que detrás de
nuestros ventanales
y en el
reflejo de nuestros espejos
lo único,
real y certero que nos habita
es el
privilegio de sentirnos dueños
de la razón y
la imaginación implacable
que libre de
toda universalidad
nos hace
anárquico de nuestra libertad.
Obra Viejo Ventanal
(reciclado con maderas y
metales).
Antonio Correa
Antonio Correa
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