EL DÍA
Se parte el
día,
se parte en la
ventana que se cierra,
en el desaire
desempolvado de los minutos,
en la puerta
que se abre en vaivén,
en el
cansancio descansado de la rutina,
se parte en
los libros dormidos ya leídos
donde algunos
siguen vivos,
y otros, quizás,
en el
descreído gramo de nuestro peso,
en los vasos
que lloran alegrías
o alguna
puteada bien parida,
se parte en
los abrazos abrazados
y también en
los desabrazados,
en el beso de
los segundos al oído,
en los pasos
rengos y desamparados
disimulados de
traje gris y con corbata,
escondido
entre nubes bizarras
pero
reflejando en el pasaje,
se parte, en
estaciones sin turno
casi siempre
odiadas,
entre marañas
de pies atados
surcando
avenidas frías,
en el polen
sugerido de mieles hipócritas,
en el
descafeinado café de charlas inconclusas,
se parte, en
la uva pisoteada
donde se
eructa el vino,
en las miradas
frívolas de sonrisas complacientes,
en ausencias y
presencias se parte
a veces nulas
a veces intensas,
entre muertos
y vivos llorados y maldecidos,
sin destino
conocido alimentando aforismos nuevos,
encubriendo
ganancias vacías
y descubriendo
el espejo del exceso, se parte,
en lo ridículo
del pensamiento deshabitado,
en huellas de
augurios sin rumbos,
envalentonado
de simulados equilibrios,
en cartas ya
fenecidas y a destiempo,
se parte en la
violencia confundida
de los que
miran desde ópticas podridas,
en los lechos
desnudados y vestidos sin ropas
de los que
violentan el gozo sin medidas,
en las
despedidas sin fugas distraídas
y en la
bienvenida gloriosa de lo inesperado,
Se parte el
día,
se parte en
infinitos seudónimos del instante,
se parte entre
el ayer y el mañana
allí se parte
el día,
allí donde hay
que descubrir
lo inevitable,
lo inconfesable, lo inédito
lo
inconmensurable y lo genuino del camino.
foto Antonio Correa
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