SIN PALABRAS
PARA JUZGAR
NI DEPARTIR TU
ESENCIA
Le puedo
hablar a tu piel
de cuántas
cosas nos sabemos,
sin ataduras,
sin condiciones,
sin cláusulas,
sin recesos, ni concesiones
sin
condominios ni cofradías,
puedo
alienarme en ella
desde sus
aristas hasta todos sus vértices,
y escuadrarme
en los ángulos fingidos
para mutarme
en todas las geometrías,
humedecerme en
las lagunas del ajetreo
descarcelado
de proscripciones y exilios,
prorrogarme en
el abecedario intenso
en que se
desvelan todos los versos
y conmemorar
las desvestidas prisas,
exorcizarme de
todos los escarmientos
sin puntos, sin
comas, sin perdones,
gozándome en
el infierno del éxodo,
puedo en la
jurisdicción de tu corteza
ser imperio
sin autoridad ni poder
aflorando en
la maestría de tus sales
para ser
artífice de todos los quijotismos,
recrearme en
la etimología hambrienta
de todas las
saudades inconfesables
y nacerme
incontinente en el estampido.
Le puedo
hablar a tu piel
de todas las
oraciones nunca escritas
de todos los
predicados y sujetos en descontrol
y en todas las
lenguas que habitan el lenguaje
en que se
quedan mudos y espantados
los tildes y
los enunciados de los labios enardecidos.
De todo puedo
declarar en la brizna de tus suspiros
esos que
emergen de sus intersticios perfectos,
pero de lo que
no puedo departir ni discernir
es de aquello
que inmaculado se vive
desde la
pluralidad de tus conmociones
que se
principian desde tu insurrecta esencia
cuando
nuestras pieles se interceden
en todas las
metáforas y sentencias
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